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La fe no nos da explicaciones, sino motivos para creer a pesar de lo que vemos. En la cruz no se cree. La cruz se ve. La Resurrección no se ve. En la Resurrección se cree, porque se ven las obras del Espíritu. Lucas 24, 13 -35 / Tercer domingo de Pascua. 6 de abril de 2008
Uno es Cleofás. ¿El otro-a? Si hubiera sido hombre se le hubiera nombrado…
Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos. Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo. El relato, exclusivo de Lucas, recoge temas muy apreciados por él: el camino, la revelación progresiva, la fe, la hospitalidad… Como siempre, Jesús toma la iniciativa , se acerca, camina en nuestra misma dirección, nos encuentra donde estamos, cuando más lo necesitamos. Siempre consigue sorprendernos con la novedad de su presencia, con ese manera suya de hacerse sentir. Aunque tú te olvides de él, él no se olvida de ti. Aunque tú ya no creas en él, él sigue confiando en ti.
Él les dijo: -¿Qué conversación es la que lleváis por el camino? Ellos se detuvieron entristecidos, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: -¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días? Él les preguntó: -¿Qué ha pasado? Tod@s somos caminantes y peregrin@s. Jesús nos hace esa misma pregunta. ¿Qué es lo que nos preocupa y lo que nos ocupa mientras caminamos? . ¿De qué hablamos? ¿Nuestras conversaciones son profundas, alegres, positivas, constructivas? ¿Es Jesús y su Reino tema frecuente en nuestra conversación? . La tristeza es el sentimiento contrario de lo que la resurrección debe producir en la persona creyente. La alegría forma parte del Reino de Dios traído por Jesús.
Ellos contestaron: -Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron? Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto. Bien es verdad que algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo hallaron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron. Esperaban…pero ya no esperan. Se aferran a sus expectativas, sin creer en lo que Jesús había dicho. Estamos ante el escándalo de la cruz. Conocen de memoria las Escrituras, tienen todos los datos pero les falta la fe que les da sentido. Están aplicando a Jesús las categorías humanas, su propia interpretación de la Palabra. Esperaban un Mesías triunfante, no ha triunfado, luego no es el Mesías. La cruz es un escándalo, como la humanidad de Dios y la divinidad del ser humano, sólo superable por la fe en el Crucificado.
Entonces Jesús les dijo: -¡Qué torpes sois para comprender, y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria? Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras. Creer en la resurrección, captar todo su alcance, es un proceso, requiere tiempo y comprender la Palabra. A ella vamos con preguntas, pero ella nos interpela. Nos revela a Dios que ha querido pasar por el aro, adelantándose a nuestra suerte, para despejar el camino y eliminar los miedos. Nos dice: ya veis yo he vencido a la muerte, y lo mismo vosotr@s, también venceréis sobre la muerte ¿lo creéis? ¿Nos lo creemos?
Al llegar a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron diciendo: -Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con ellos. No es una invitación de compromiso, es un grito del alma. Una petición que brota del Espíritu. Se va haciendo tarde, si te alejas llega la noche. Si nos dejas, volverán las dudas y tendremos frío. Si no te quedas con nosotr@s, volveremos a nuestras discusiones y tristezas. Jesús se queda. Ha venido para quedarse siempre con nosotr@s. La cuestión es si nosotr@s queremos estar siempre con él.
Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado. ¿Las Eucaristías a las que asistimos nos transforman el corazón? ¿Son fiestas alegres? ¿Nos comprometen en la vida diaria? ¿Cuándo, dónde, en quién reconocemos a Cristo? ¿Reconoce alguien a Cristo a través de nuestras palabras y nuestros gestos? Una vez recuperada la fe, ya no hace falta la presencia física. Ya no se necesita ver para creer.
Y se dijeron uno a otro: -¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás, que les dijeron: -Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. ¿Se puede decir que l@s demás nos ven con otra cara, con cara pascual, ante los acontecimientos y las personas? ¿El encuentro con Jesús resucitado nos lleva a gritar al mundo, con nuestra vida, la Resurrección? . La fe trae consigo conversión, dar la vuelta. Quien se ha encontrado con Jesús, sabe lo que es tener el corazón encendido, del que brota un anuncio gozoso: ¡verdaderamente el Señor ha resucitado!.
Y ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Caminando hacia Emaús hemos aprendido que el Resucitado sigue saliendo a nuestro encuentro en el camino de la vida, en la escucha de la Palabra, en la acogida, en la entrega, en la solidaridad, en la fracción del pan. . . Seguir caminando al encuentro de l@s demás, escuchar, poner la mesa, curar la corporalidad, los sentimientos, las historias personales y toda la herida social, es la gran tarea de quienes vivimos animad@s por la fe en la resurrección.
Es maravilloso lo que has hecho, Señor; para mí ha sido una verdadera sorpresa. Mi alma está entusiasmada con tu resurrección. No ceso de sonreír contigo y de compartir las sonrisas de tus amigos. ¡Has ganado, Señor, sabemos que has ganado!. Has aplastado el poder de las tinieblas y la muerte para caminar en paz, otra vez en nuestra carne, y ya para siempre. Ven a mí, Señor de la Vida, como llegas hasta todos tus amigos. Envíame a consolar a los que sufren junto a mí. Ven, y envía a tus amigos a este mundo cotidiano, para que, llenos de esperanza, luchemos por el Reino de Dios. Joseph Tetlow, SJ